domenica 28 luglio 2013

RESPONSIBILITY FOR SOCIETY



27 July 2013
A second element which I would like to mention is responsibility for society. This calls for a certain kind of cultural, and hence political, paradigm. We are the ones responsible for training new generations, helping them to be knowledgeable in economic and political affairs, and solidly grounded in ethical values. The future demands a rehabilitation of politics here and now, a rehabilitation of politics, which is one of the highest forms of charity. The future also demands a humanistic vision of the economy and a politics capable of ensuring greater and more effective participation on the part of the people, eliminating forms of elitism and eradicating poverty. No one should be denied what is necessary and everyone should be guaranteed dignity, fraternity and solidarity: this is the road that is proposed. In the days of the prophet Amos, God’s frequent warning was already being heard: “They sell the righteous for silver and the needy for a pair of sandals – they … trample down the head of the poor into the dust of the earth and push the afflicted out of the way” (Am 2:6-7). The outcry, the call for justice, continues to be heard even today.
Anyone exercising a role of leadership – allow me to say, anyone whom life has anointed as a leader – needs to have practical goals and to seek specific means to attain them. At the same time, there is always the risk of disappointment, resentment and indifference, if our plans and goals do not materialize. Here I would appeal to the dynamic of hope that inspires us to keep pressing on, to employ all our energies and abilities on behalf of those for whom we work, accepting results, making it possible to strike out on new paths, being generous even without apparent results, yet keeping hope alive, with the constancy and courage that comes from accepting a vocation as leader and guide. Leadership also means making the most just decision after having considered all the options from the standpoint of personal responsibility and concern for the common good. This is the way to go to the heart of the evils of a society and to overcome them, also with the boldness of courageous and free actions. It is our responsibility, within the limits of the possible, to embrace all of reality, observing, pondering, evaluating, in order to make decisions in the present but with an eye to the future, reflecting on the consequences of our decisions. To act responsibly is to see one’s own actions in the light of other people’s rights and God’s judgement. This ethical sense appears today as an unprecedented historic challenge, we must search for it and we must enshrine it within our society. Beyond scientific and technical competence, the present situation also demands a sense of moral obligation expressed in a social and deeply fraternal exercise of responsibility.
To complete this reflection, in addition to an integral humanism which respects cultural distinctiveness and fraternal responsibility, an element that I consider essential for facing the present moment is constructive dialogue. Between selfish indifference and violent protest there is always another possible option: that of dialogue. Dialogue between generations, dialogue within the people, because we are all that people, the capacity to give and receive, while remaining open to the truth. A country grows when constructive dialogue occurs between its many rich cultural components: popular culture, university culture, youth culture, artistic culture, technological culture, economic culture, family culture and media culture: when they enter into dialogue. It is impossible to imagine a future for society without a significant injection of moral energy into a democratic order that tends to remain imprisoned in pure logic or in a mere balancing of vested interests. I consider fundamental for this dialogue the contribution made by the great religious traditions, which play a fruitful role as a leaven of society and a life-giving force for democracy. Peaceful coexistence between different religions is favoured by the laicity of the state, which, without appropriating any one confessional stance, respects and esteems the presence of the religious dimension in society, while fostering its more concrete expressions.

Un segundo punto al que quisiera referirme es la responsabilidad social. Esta requiere un cierto tipo de paradigma cultural y, en consecuencia, de la política. Somos responsables de la formación de las nuevas generaciones, ayudarlas a ser capaces en la economía y la política, y firmes en los valores éticos. El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la política, rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad. El futuro nos exige también una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: éste es el camino propuesto. Ya en la época del profeta Amós era muy frecuente la admonición de Dios: «Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias. Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los indigentes» (Am 2,6-7). Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy.
Quien desempeña un papel de guía, permítanme que diga, aquel a quien la vida ha ungido como guía, ha de tener objetivos concretos y buscar los medios específicos para alcanzarlos, pero también puede existir el peligro de la desilusión, la amargura, la indiferencia, cuando las expectativas no se cumplen. Aquí apelo a la dinámica de la esperanza que nos impulsa a ir siempre más allá, a emplear todas las energías y capacidades en favor de las personas para las que se trabaja, aceptando los resultados y creando condiciones para descubrir nuevos caminos, entregándose incluso sin ver los resultados, pero manteniendo viva la esperanza, con esa constancia y coraje que nacen de la aceptación de la propia vocación de guía y de dirigente.
Es propio de la dirigencia elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de la sociedad para superarlos con la audacia de acciones valientes y libres. Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprensión de la totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando, para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones. Quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes, tenemos que buscarlo, tenemos que inserirlo en la misma sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria.  Para completar esta reflexión, además del humanismo integral que respete la cultura original y la responsabilidad solidaria, considero fundamental para afrontar el presente: el diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación, cuando dialogan. Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia que se quede encerrada en la pura lógica o en el mero equilibrio de la representación de intereses establecidos. Considero también fundamental en este diálogo, la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia. La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia de la dimensión religiosa en la sociedad, favoreciendo sus expresiones más concretas.

Un deuxième élément que je voudrais aborder est la responsabilité sociale. Celle-ci demande un certain type de paradigme culturel et, en conséquence, de politique. Nous sommes responsables de la formation de nouvelles générations, chargés de les aider à être compétentes en économie et en politique, et fermes sur les valeurs éthiques. L’avenir exige aujourd’hui un travail de réhabilitation de la politique, réhabiliter la politique, qui est une des plus hautes formes de charité. L’avenir exige aussi une vision humaniste de l’économie et une politique qui réalise toujours plus et mieux la participation des gens, évite les élitismes et déracine la pauvreté. Que personne ne soit privé du nécessaire et que dignité, fraternité et solidarité  soient assurées à tous : c’est la route proposée . Déjà au temps du prophète Amos l’avertissement de Dieu était très fréquent  : « Ils vendent le juste à prix d’argent et le pauvre pour une paire de sandales… ils écrasent la tête des faibles sur la poussière de la terre et ils font dévier la route des humbles » (2, 6-7). Les cris qui demandent justice continuent aujourd’hui encore.
Celui qui a un rôle de guide, permettez-moi de le dire, celui que la vie a ‘oint’ comme guide, doit avoir des objectifs concrets et rechercher les moyens spécifiques pour les atteindre, mais aussi il peut y avoir le danger de la déception, de l’amertume, de l’indifférence, quand les aspirations ne se réalisent pas. Je fais appel à la dynamique de l’espérance qui nous pousse à aller toujours de l’avant, à employer toutes les énergies et les capacités en faveur des personnes pour lesquelles on agit, en acceptant les résultats et en créant des conditions pour découvrir de nouveaux parcours, en se donnant aussi sans voir de résultats, mais en maintenant vivante l’espérance, avec cette constance et ce courage qui naissent de l’acceptation de sa propre vocation de guide et de dirigeant.
C’est le propre du leadership  que de choisir la plus juste des options après les avoir considérées en partant de sa propre responsabilité et de l’intérêt du bien commun ; par cette route, on va au cœur des maux de la société pour les vaincre aussi par l’audace d’actions courageuses et libres. Relève de notre responsabilité, bien que toujours limitée, cette compréhension de toute la réalité, en observant, soupesant, évaluant, pour prendre des décisions dans le moment présent, mais en élargissant le regard vers l’avenir, en réfléchissant sur les conséquences des décisions. Celui qui agit de manière responsable place sa propre action devant les droits des autres et devant le jugement de Dieu. Ce sens éthique apparaît aujourd’hui comme un défi historique sans précédents, nous devons le rechercher, nous devons l’insérer dans la même société. Au-delà de la rationalité scientifique et technique, dans la situation actuelle s’impose le lien moral avec une responsabilité sociale et profondément solidaire. Pour compléter cette réflexion au-delà de l’humanisme intégral qui respecte la culture originelle et de la responsabilité solidaire, je considère comme fondamental pour affronter le présent : le dialogue constructif. Entre l’indifférence égoïste et la protestation violente il y a une option toujours possible : le dialogue. Le dialogue entre les générations, le dialogue dans le peuple, car tous nous sommes peuple, la capacité de donner et de recevoir, en demeurant ouverts à la vérité. Un pays grandit quand dialoguent de façon constructive ses diverses richesses culturelles : la culture populaire, la culture universitaire, la culture des jeunes, la culture artistique et technologique, la culture économique et la culture de la famille , et la culture des médias, quand ils dialoguent. Il est impossible d’imaginer un avenir pour la société sans une forte contribution d’énergies morales dans une démocratie reste fermée dans la pure logique ou dans un simple équilibre de représentation des intérêts constitués. Je considère aussi fondamentale dans ce dialogue la contribution des grandes traditions religieuses, qui exercent un rôle fécond de levain de la vie sociale et d’animation de la démocratie, est fondamentale. La laïcité de l’État, qui, sans assumer comme propre aucune position confessionnelle, mais respecte et valorise la présence de la dimension religieus e dans la société, en en favorisant ses expressions les plus concrètes, est favorable à la cohabitation entre les diverses religions.

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