Testamento Pedagógico
del Papa Francisco
para
la escuela del futuro
-
por Antonio
Fundarò
Hubo
un tiempo –el nuestro– en que hablar de misericordia parecía un signo de
debilidad, de ingenuidad, casi una rendición ante la dureza del mundo. En aquel
momento llegó un Papa “del fin del mundo” que, con una voz suave pero radical,
dio vuelta el paradigma. El Papa Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio, no
sólo fue el 266° sucesor de Pedro, sino un auténtico maestro de humanidad, que
devolvió a la palabra “educación” su antigua sacralidad: educere, es decir,
“hacer surgir”, generar vida.
Nacido
en Buenos Aires en 1936, jesuita de vocación, sacerdote de servicio, Francisco
abrazó la pedagogía del evangelio (un enfoque educativo inspirado en el mensaje
y la figura de Jesucristo) con la sabiduría del corazón. En él se encontraron
el rigor de la inteligencia y la dulzura de la mirada, la firmeza de la
doctrina y la revolución de la ternura. Su fuerza nunca estuvo en la
condenación, sino en el abrazo. Propuso al mundo, y en particular a la escuela,
una nueva gramática educativa: menos basada en los contenidos y más fundada en
las relaciones, menos centrada en el rendimiento y más en el cuidado personal.
Su
lenguaje era claro y directo, apropiado para niños y profesores, creyentes y no
creyentes. Sus cartas al mundo escolar, sus llamamientos a los docentes, las
palabras pronunciadas durante los encuentros con los jóvenes han esbozado una
visión de la educación como herramienta de regeneración social. No se trata de
construir ejércitos de expertos, sino de formar conciencias libres,
conscientes, capaces de «llorar por los que sufren», como a él mismo le gustaba
decir.
En
su pensamiento educativo, la escuela nunca ha sido una institución neutral,
sino un laboratorio de la humanidad. “Educar –dijo– es un acto de amor, es dar
vida”. Y otra vez: “No se puede educar sin pasión”.
Sus
palabras no pertenecen sólo al ámbito eclesial. Pertenecen a toda la humanidad.
Por eso hoy, a la luz de su enseñanza, es necesario recoger su legado de forma
viva, como brújula para toda comunidad escolar que quiera educar con el corazón
y con la mente, con rigor y con empatía.
El
Papa Francisco ha señalado la escuela como el lugar del cambio posible. Y lo
hizo no sólo con sus encíclicas y documentos oficiales, sino también con sus
silencios, con sus gestos, con su elección de un estilo de sobriedad y de
cercanía. No hay hoy pedagogía de la dignidad que no pueda inspirarse en su
vida. Por eso, su ejemplo nos interpela, con fuerza y dulzura a la vez, a
repensar la escuela como un espacio en el que nadie sea dejado atrás, nadie sea
humillado, nadie sea olvidado.
Las
palabras clave de su léxico educativo
El
Papa Francisco ha construido un léxico educativo que, si bien se basa en la
tradición evangélica, habla con fuerza a todas las escuelas del mundo,
incluidas las escuelas seculares, multiculturales y plurales. Nunca propuso una
enciclopedia de conceptos abstractos, sino un vocabulario del alma, basado en
palabras sencillas, vivas, concretas, capaces de incidir en la vida escolar
cotidiana: misericordia , cuidado , encuentro , fraternidad
, periferia , escucha , ternura , dignidad .
Cada término, en sus homilías como en sus gestos, se convierte en un pilar
educativo para ser releído en clave pedagógica.
La
palabra misericordia , corazón de su pontificado, nunca fue para
Francisco sinónimo de indulgencia fácil. Más bien, se ha propuesto como
fundamento de toda relación educativa: mirar al otro, incluso al estudiante más
difícil, no a través de la lente del prejuicio o la evaluación, sino como
portador de un misterio, de una historia, de una posibilidad. Misericordia
significa suspender el juicio para abrirse a la comprensión; Significa
acompañar sin sustituir nunca, orientar sin invadir nunca.
Cuidado
es la otra palabra clave, que recuerda la etimología
de la propia educación como acto que nutre y protege. Francisco invita a la
escuela a convertirse en una comunidad que se haga cargo no sólo de las
capacidades, sino de las fragilidades, de los afectos, de los sueños. La
atención educativa se traduce en atención personalizada, escucha empática,
planificación inclusiva. Es la superación definitiva de la educación
transmisiva, en favor de una enseñanza generativa, que acompañe el desarrollo
integral de la persona.
La
fraternidad es la base de una escuela que no clasifica
sino que abraza. En un tiempo dominado por la competencia, Francisco nos
recuerda que todos somos hermanos. Esto tiene profundas consecuencias
pedagógicas: el aula no es un ámbito de juicio sino un laboratorio cooperativo.
La evaluación se convierte en una herramienta para el crecimiento, no para la
exclusión. Las metodologías de enseñanza basadas en la cooperación, la tutoría
entre pares y el aprendizaje haciendo encuentran su base ética en la fraternidad.
Y
luego están los suburbios , que para Francisco no son sólo lugares
geográficos, sino condiciones existenciales. Toda escuela que se precie debe
ser capaz de mirar a sus periferias: a los alumnos desfavorecidos, a los
repetidores, a los recién llegados, a los niños que no hablan, a los que
molestan, a los olvidados. El Papa Francisco nos enseña que una escuela justa
es aquella que sabe desplazar el centro de gravedad hacia los más alejados,
porque ahí se juega la verdad de nuestra tarea educativa.
Ternura
, finalmente, es la palabra que más ha escandalizado a
los partidarios de una escuela fría e hiperracional. Pero Francisco tuvo el
coraje de proponerlo con fuerza, definiéndolo como “la fuerza de los fuertes”.
La ternura no es debilidad, es plena conciencia de la dignidad del otro.
Enseñar con ternura significa mirar a los estudiantes no sólo como sujetos a
educar, sino como personas a amar. Es una pedagogía del corazón, que no tiene
miedo de ser humano, que sabe sonreír, consolar, esperar.
Traducir
este léxico a la práctica escolar no sólo es posible, sino un deber. Un
profesor que actúa según este vocabulario educativo no sólo enseña nociones,
sino que muestra que la escuela es un lugar donde la cultura se hace carne, se
hace relación, se hace esperanza. Y este es, quizás, el mayor legado que nos
deja el Papa Francisco: la invitación a no temer el bien, a no tener miedo de
la belleza, a no renunciar nunca a la humanidad. Ni siquiera en la escuela.
El
“Pacto Educativo Global”: Un Manifiesto para la Educación del Siglo XXI
En
2019, el Papa Francisco lanza un desafío que es a la vez invocación, programa y
profecía: el de un Pacto
Educativo Global . Lo hace con palabras
sentidas y visionarias, invitando a escuelas, universidades, familias,
instituciones y religiones a una alianza educativa global, capaz de afrontar
las heridas de nuestro tiempo: la soledad, la desigualdad, la guerra, la crisis
ecológica y la de las relaciones. “Necesitamos –dice– el coraje de generar un
cambio cultural, de construir juntos una civilización del amor”. Es un
llamamiento pedagógico, pero también cívico, porque considera la educación la
única vía verdadera para una regeneración del mundo.
El
Pacto
se estructura en siete
compromisos educativos que, traducidos al
lenguaje de la escuela, pueden convertirse en directrices para toda institución
educativa, independientemente de su orientación religiosa o cultural. El
primero es la centralidad de la persona , principio pedagógico por
excelencia: cada alumno es único, irrepetible, digno. Significa reevaluar la
educación personalizada, promover entornos de aprendizaje inclusivos y
flexibles e invertir en el bienestar emocional de los estudiantes.
La
segunda es escuchar la voz de los jóvenes , el verdadero corazón de la
escuela. Francisco pide que los niños no sean sólo destinatarios, sino
protagonistas de la educación. Esto requiere prácticas dialógicas, metodologías
participativas, consejos de clase abiertos, asambleas en vivo y una enseñanza
que cuestione el mundo real.
La
tercera es promover la plena participación de las niñas y las mujeres en la
educación , como motor de la libertad, la igualdad y la justicia social.
Esto se traduce en la integración de cuestiones de género en la planificación
educativa, prácticas docentes no estereotipadas y apertura a un modelo de
liderazgo escolar inclusivo.
El
cuarto es educar a la acogida y al encuentro , superando las barreras de
la indiferencia. Una escuela acogedora es una escuela que sabe trabajar la
cultura de la alteridad, la educación intercultural, el valor de la
convivencia. En las aulas se puede enseñar geografía, historia, derecho y, al
mismo tiempo, fomentar la empatía, la hospitalidad, la solidaridad.
El
quinto compromiso es formar personas dispuestas a servir a la comunidad ,
promoviendo el sentido cívico y la ciudadanía activa. Educar para el bien común
significa dar espacio a proyectos de voluntariado, de aprendizaje experiencial
y de servicio. Se trata de sacar la escuela de sí misma para introducir la
realidad en el currículo.
El
sexto es promover una cultura del encuentro y del diálogo , contra la
lógica del conflicto y de la sospecha. Aquí la referencia a la mediación, la no
violencia y la gestión de conflictos dentro y fuera del aula es muy fuerte. La
escuela puede convertirse en un lugar donde se aprenda a discutir sin odiar, a
confrontar sin destruirse.
Por
último, el séptimo compromiso: proteger nuestra casa común , el medio
ambiente, como responsabilidad educativa. Es una invitación a aplicar Laudato
si'
en
las prácticas escolares, a través de cursos de ecología integral, talleres
ambientales, huertos educativos, proyectos verdes y, sobre todo, a través de un
estilo de vida sustentable que se encarne también en la comunidad educativa.
El
Pacto Educativo Global no es una utopía espiritual, sino un programa concreto,
apto para cualquier escuela que quiera educar no sólo cabezas, sino corazones.
Francisco llama a reconstruir la educación como espacio de alianza entre
generaciones, culturas, mundos, para construir una nueva civilización. No
propone recetas, sino un método: reunirse, mirarse a los ojos, cuidar el
futuro.
Cada
consejo de clase, cada directivo, cada profesor puede encontrar en este Pacto
un mapa para orientar su misión. Porque, como nos ha recordado reiteradamente
el Papa Francisco, la educación es siempre un acto de amor. Es dar vida .
Educar
el corazón: la pedagogía de la ternura
En
un momento en el que a menudo se invoca la escuela como lugar de disciplina, de
competencia, de rendimiento, el Papa Francisco nos ofrece una palabra
desconcertante, antigua y al mismo tiempo revolucionaria: ternura . Es
uno de sus términos más queridos, a menudo acompañado de un gesto, de un
abrazo, de una mirada que desciende del púlpito y se detiene a la altura de los
niños, de los enfermos, de los excluidos. “La ternura es la fuerza de los
fuertes”, dijo. Y es precisamente a partir de esta suave fuerza que puede
comenzar una verdadera revolución educativa.
Educar
con ternura significa construir una relación basada no en la autoridad
jerárquica, sino en la confianza. El maestro ya no es sólo el que sabe, sino el
que acompaña. Es un adulto que no tiene miedo de mostrarse vulnerable, que sabe
estar al lado de sus alumnos en los momentos de crisis, que no se refugia tras
la rigidez de la nota, sino que sabe reconocer el valor del esfuerzo, del
crecimiento, de la transformación silenciosa. Él es quien sabe decir: “No te
preocupes, intentémoslo de nuevo juntos”.
Esta
pedagogía tiene su centro en la relación educativa , entendida como
lugar de acogida incondicional. No hay aprendizaje sin una relación
significativa. También nos lo recuerda la pedagogía contemporánea, desde la
psicología humanista de Carl Rogers hasta la enseñanza inclusiva de la UDA:
sólo quien se siente reconocido, amado, apoyado puede aprender verdaderamente.
Francisco, sin recurrir a códigos académicos, nos transmite esta verdad con
sencillez: «Educar es generar. Y para generar, hay que amar».
Otro
elemento clave de esta visión es la valorización del error. La escuela de la
ternura no castiga, sino acompaña. El error no es una falta sino un pasaje. Una
oportunidad para levantarse de nuevo, para volver a intentarlo, para aprender
en profundidad. Aquí es donde entran en juego metodologías de enseñanza que
rechazan el nocionalismo y abrazan el proceso: aprendizaje cooperativo ,
experimentación , actividades de laboratorio, itinerarios de aprendizaje
basados en competencias, rúbricas de evaluación como herramientas de reflexión
y no de condena.
La
pedagogía de la ternura también promueve la inclusión no como una obligación
normativa, sino como un estilo del alma. Cada estudiante, en esta perspectiva,
tiene derecho a ser visto, reconocido y acogido tal como es. Los Planes
Educativos Individualizados, las Necesidades Educativas Especiales y las
estrategias de diferenciación docente se convierten en instrumentos de
justicia, no sólo de derecho. Para Francisco, la escuela justa no es la que da
más a quien más tiene, sino la que se inclina sobre quien está en dificultad,
como el buen samaritano al borde del camino.
Y
luego está el tiempo. La escuela de la ternura no tiene prisa. Él sabe esperar.
Rechace a toda costa la lógica de los plazos, de los programas a cumplir, de
los objetivos rígidos. Es una escuela que se parece más a un paseo que a una
carrera. Y en este viaje, el maestro es un compañero, no un juez.
En
una época marcada por la ansiedad escénica, por las presiones evaluativas y por
un lenguaje educativo a menudo belicoso (“probar”, “competir”, “clasificar”),
el Papa Francisco propone una escuela que sepa escuchar , conmover y
acoger . No se trata de renunciar a la autoridad ni a la competencia,
sino de arraigarlas en la dimensión relacional y emocional. Porque, como dijo
una vez: “Una educación sin corazón no es educación en absoluto”.
Esta
visión interpela profundamente a quienes viven la escuela hoy. Nos pide que
seamos testigos antes de ser maestros. Antes de ser transmisores de
conocimientos, constructores de significado. Nos pide creer que cada
estudiante, incluso el más difícil, incluso el más enojado, tiene una chispa
dentro de él. Y nuestra tarea es protegerlo del viento, acogerlo en nuestras
manos y ayudarlo a convertirse en luz.
El
Papa Francisco y el tiempo de la escucha
Aprendamos
a escuchar. El verdadero diálogo empieza con el silencio del corazón. Esta
frase sencilla y profunda contiene una de las mayores revoluciones educativas
propuestas por el Papa Francisco: la pedagogía de la escucha. En un mundo que
grita, interrumpe y corre, el Papa nos recuerda que la auténtica educación nace
cuando nos detenemos, callamos y escuchamos al otro. Es un gesto de humildad,
de respeto, de amor. Y es también, hoy más que nunca, una urgencia pedagógica.
En
sus reflexiones, Francisco ha insistido repetidamente en el valor de la
escucha activa , no como un acto pasivo, sino como un acto transformador.
Escuchar verdaderamente significa acoger al otro tal como es, sin querer
inmediatamente corregirlo, modificarlo o encasillarlo. En la escuela, este
principio se traduce en una práctica educativa que pone al alumno, sus
necesidades, sus emociones, sus miedos, sus sueños en el centro. Significa
reconocer que cada palabra que dice un estudiante, incluso cuando es incorrecta,
contiene un fragmento de verdad.
La
pedagogía de la escucha propuesta por el Pontífice invita a docentes y
directivos a reconocer que toda relación educativa tiene dos protagonistas. El
maestro que sabe escuchar es el que ha aprendido a no llenar cada vacío ,
a no temer al silencio , a dejar espacio para la historia del otro .
Él es quien sabe pausar el programa para dar voz a un dolor, a una petición, a
una confidencia. Es el educador que sabe que antes de la explicación viene la
relación, antes de la evaluación viene la comprensión.
En
términos metodológicos, esta visión se materializa en todas aquellas prácticas
que estimulan la palabra en los estudiantes: círculos de conversación,
enseñanza mediante preguntas, debates, entrevistas narrativas, autobiografías
cognitivas, tutorías entre pares, escucha empática en las discusiones
escuela-familia. Se materializa también en una evaluación dialógica, donde el
voto no cierra, sino que abre una conversación. En una facultad capaz de
cuestionar juntos, no sólo de deliberar. En una presidencia que sabe abrir la
puerta en lugar de imponerse con circulares.
Para
el Papa Francisco, escuchar es también un instrumento de justicia relacional
. Aquellos que no son escuchados son excluidos. Y los que quedan excluidos
terminan perdiéndose. En esto, la pedagogía de la escucha está profundamente
ligada a la prevención del abandono escolar: un niño que se siente escuchado es
un niño que existe, que encuentra espacio, que no se siente inútil. Y así sigue
siendo. Permanezca en la escuela y en la vida.
Pero
escuchar también significa descentralizarse, renunciar a la omnisciencia,
cuestionarse. Es el punto más alto y más cansador de la educación. El Papa lo
hizo con sus opciones pastorales, con su apertura a los jóvenes, a las
culturas, a las diferencias. Demostró que escuchar es un acto espiritual antes
que comunicativo. Es una forma de decir: «Tú importas. Necesito que entiendas
el mundo». Y esto, en una escuela que a menudo se siente sola e ignorada, es un
mensaje poderoso.
Una
escuela que sabe escuchar es una escuela que genera libertad. Que no impone
identidades, sino que las hace emerger. Quien no predica, sino dialoga. Quien
no juzga, sino que acompaña. Es la escuela que necesitamos para construir una
sociedad más justa, más humana, más profunda. Porque, como nos enseña
Francisco, nadie educa solo. Nadie se salva solo. Nadie crece sin ser
escuchado .
Una
educación en la paz y la belleza
El
Papa Francisco siempre ha hablado de la paz no como un concepto abstracto o un
ideal a proclamar, sino como un camino cotidiano a construir. “La paz se hace,
no se predica”, afirmó. Y en esta afirmación resuena toda la concreción de su
planteamiento educativo. Para él, la escuela es uno de los lugares
privilegiados donde se puede –y se debe– construir una cultura de paz, no
mediante grandes proclamaciones, sino a través de gestos sencillos, relaciones
respetuosas y cuidado de los demás.
Educar
para la paz, en el pensamiento del Pontífice, significa ante todo enseñar a
habitar el conflicto sin violencia. Significa ayudar a los niños y jóvenes a
reconocer a los demás no como una amenaza sino como un recurso. Se trata de
desarrollar una habilidad fundamental: vivir juntos en la diferencia .
De aquí surge una invitación a que la escuela se convierta en un laboratorio de
diálogo, un gimnasio de empatía, un lugar para practicar la palabra amable. Las
prácticas de mediación escolar, gestión de conflictos, resolución de problemas
relacionales, aprendizaje cooperativo , se convierten en herramientas
concretas para dar forma a esta educación pacificadora.
Pero
junto a la paz, Francisco nos pide educar en la belleza . Y la suya no
es una belleza estética ni superficial, sino una belleza que salva, que cura,
que devuelve la dignidad. “La belleza no es una opción”, afirma, “es un
derecho, especialmente para los pobres”. Y por eso la escuela está llamada no
sólo a enseñar arte, música, poesía, sino a vivir poéticamente , a crear
espacios bellos, tiempos armoniosos, ambientes que hablen de respeto y cuidado.
Un aula ordenada, un mural compartido, un poema leído al inicio del día, una
melodía que acompaña un momento de reflexión: son signos de una pedagogía de la
belleza que hace de la escuela un lugar donde uno quiere quedarse.
Laudato
si' , la poderosa y revolucionaria encíclica de Francisco, ofrece a las
escuelas todo un marco para construir caminos de educación cívica, ambiental y
cultural. Aquí la belleza se entrelaza con la responsabilidad. “El cuidado de
nuestra casa común” se convierte en un tema interdisciplinario que une ciencia,
geografía, arte, religión y tecnología. Educar sobre la belleza de la creación
significa también educar sobre la sobriedad, el equilibrio y el respeto a lo
que nos rodea.
Educar
en la paz y en la belleza significa también redescubrir el valor del silencio
, de la contemplación y de la desaceleración. Es enseñar que no todo se
mide en rendimiento, que no todo se evalúa con un número. Francisco nos
recuerda que hay un tiempo para reflexionar, para observar, para agradecer. Y
la escuela también puede ofrecer esto: un espacio para respirar, donde el alma
no se asfixia.
Esta
visión educativa es también un acto político, en el más alto sentido del
término: construir ciudadanos artesanos de la paz y custodios de la belleza.
Ciudadanos que saben indignarse ante una injusticia, pero también conmoverse
ante una puesta de sol, un cuadro, una palabra dicha con amor.
El
Papa Francisco se dirigió a la escuela con el lenguaje de la esperanza,
indicando la paz y la belleza como las dos alas sobre las que puede volar la
educación del futuro. No una escuela indiferente y gris, sino una escuela
luminosa y acogedora. Porque, como escribe en Fratelli Tutti , “ la
educación es la semilla de la paz y la belleza es su hermana ” .
Por
una escuela más humana: síntesis y perspectivas
Si
quisiéramos resumir el pensamiento educativo del Papa Francisco en una sola
imagen, podríamos pensar en una mano extendida. No una mano que impone, ni que
castiga, sino una mano que levanta, que acompaña, que consuela, que anima. Su
visión de la escuela es la visión de un lugar vivo, humano y relacional, donde
cada uno encuentre espacio para ser él mismo y mejorar junto a los demás.
El
Papa Francisco no nos ha dado un tratado pedagógico, sino un testamento
educativo hecho de palabras, gestos, lágrimas, viajes, encuentros,
encíclicas y silencios. Una visión del mundo y de la escuela que pone en el
centro a la persona en su totalidad, que invita a educar con el corazón y con
la inteligencia, que nos pide construir comunidades educativas fundadas en la
solidaridad, la escucha y la empatía.
Esta
herencia no puede limitarse al mundo eclesial. Es patrimonio de la humanidad y
como tal pertenece también a la escuela pública, laica y democrática. Es un
regalo para cada docente, para cada directivo, para cada educador que quiera
contribuir a formar ciudadanos conscientes y felices. Porque educar, en el
sentido más alto y franciscano, significa sembrar futuro .
A
la luz de los valores e intuiciones del Santo Pontífice, podemos hoy proponer
un decálogo educativo que, a pesar de su sencillez, se convierte en una
brújula para toda comunidad escolar:
1. Poner
a la persona en el centro , antes del programa y la
actuación.
2. Escuchar
con empatía , antes de hablar, evaluar, corregir.
3. Acepte
la fragilidad como parte del proceso educativo.
4. Construye
relaciones , porque sin relaciones no hay
aprendizaje.
5. Enseña
la paz , en palabras, en gestos, en la gestión de
conflictos.
6. Cultivar
la belleza , en cada detalle: ambientes, lenguaje,
materiales, rituales escolares.
7. Cuidemos
nuestra casa común haciendo una educación verde y
responsable.
8. Valora
la lentitud , frente a la prisa que quema el alma y la
mente.
9. Favorecer
la cooperación , por encima de cualquier forma de
competencia estéril.
10. Muestre
esperanza , todos los días, en cada aula, incluso
cuando sea difícil.
No
se trata de una simple propuesta metodológica: es una elección antropológica.
El Papa Francisco nos pide poner en el centro la humanidad , educar con
el amor, con la justicia, con la ternura. No temas a la bondad, a la
amabilidad, a la paciencia. No olvides que cada estudiante es un milagro en
progreso. Y que cada maestro puede ser una luz en su camino.
En
una época marcada por la desintegración, la indiferencia y la cultura del
descarte, el Papa Francisco nos deja una visión educativa profundamente
contracorriente. Una escuela que se haga vientre y no juicio, que forme
conciencias y no sólo competencias, que restituya sentido y no sólo
conocimientos.
Cualquiera
que entre al aula, con una caja de caudales bajo el brazo y un corazón abierto
al encuentro, puede hoy decidir abrazar este estilo. Porque, como él decía, « educar
es siempre un acto de amor. Es dar vida. Es iluminar un futuro que nos supera».
Es
sembrar lo que otros cosecharán.
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