giovedì 24 aprile 2025

El Evangelio de la Educación .

 


El 

Testamento Pedagógico 

del Papa Francisco

para 

la escuela del futuro

 

-         por Antonio Fundarò

 

Hubo un tiempo –el nuestro– en que hablar de misericordia parecía un signo de debilidad, de ingenuidad, casi una rendición ante la dureza del mundo. En aquel momento llegó un Papa “del fin del mundo” que, con una voz suave pero radical, dio vuelta el paradigma. El Papa Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio, no sólo fue el 266° sucesor de Pedro, sino un auténtico maestro de humanidad, que devolvió a la palabra “educación” su antigua sacralidad: educere, es decir, “hacer surgir”, generar vida.

Nacido en Buenos Aires en 1936, jesuita de vocación, sacerdote de servicio, Francisco abrazó la pedagogía del evangelio (un enfoque educativo inspirado en el mensaje y la figura de Jesucristo) con la sabiduría del corazón. En él se encontraron el rigor de la inteligencia y la dulzura de la mirada, la firmeza de la doctrina y la revolución de la ternura. Su fuerza nunca estuvo en la condenación, sino en el abrazo. Propuso al mundo, y en particular a la escuela, una nueva gramática educativa: menos basada en los contenidos y más fundada en las relaciones, menos centrada en el rendimiento y más en el cuidado personal.

Su lenguaje era claro y directo, apropiado para niños y profesores, creyentes y no creyentes. Sus cartas al mundo escolar, sus llamamientos a los docentes, las palabras pronunciadas durante los encuentros con los jóvenes han esbozado una visión de la educación como herramienta de regeneración social. No se trata de construir ejércitos de expertos, sino de formar conciencias libres, conscientes, capaces de «llorar por los que sufren», como a él mismo le gustaba decir.

En su pensamiento educativo, la escuela nunca ha sido una institución neutral, sino un laboratorio de la humanidad. “Educar –dijo– es un acto de amor, es dar vida”. Y otra vez: “No se puede educar sin pasión”.

Sus palabras no pertenecen sólo al ámbito eclesial. Pertenecen a toda la humanidad. Por eso hoy, a la luz de su enseñanza, es necesario recoger su legado de forma viva, como brújula para toda comunidad escolar que quiera educar con el corazón y con la mente, con rigor y con empatía.

El Papa Francisco ha señalado la escuela como el lugar del cambio posible. Y lo hizo no sólo con sus encíclicas y documentos oficiales, sino también con sus silencios, con sus gestos, con su elección de un estilo de sobriedad y de cercanía. No hay hoy pedagogía de la dignidad que no pueda inspirarse en su vida. Por eso, su ejemplo nos interpela, con fuerza y dulzura a la vez, a repensar la escuela como un espacio en el que nadie sea dejado atrás, nadie sea humillado, nadie sea olvidado.

Las palabras clave de su léxico educativo

El Papa Francisco ha construido un léxico educativo que, si bien se basa en la tradición evangélica, habla con fuerza a todas las escuelas del mundo, incluidas las escuelas seculares, multiculturales y plurales. Nunca propuso una enciclopedia de conceptos abstractos, sino un vocabulario del alma, basado en palabras sencillas, vivas, concretas, capaces de incidir en la vida escolar cotidiana: misericordia , cuidado , encuentro , fraternidad , periferia , escucha , ternura , dignidad . Cada término, en sus homilías como en sus gestos, se convierte en un pilar educativo para ser releído en clave pedagógica.

La palabra misericordia , corazón de su pontificado, nunca fue para Francisco sinónimo de indulgencia fácil. Más bien, se ha propuesto como fundamento de toda relación educativa: mirar al otro, incluso al estudiante más difícil, no a través de la lente del prejuicio o la evaluación, sino como portador de un misterio, de una historia, de una posibilidad. Misericordia significa suspender el juicio para abrirse a la comprensión; Significa acompañar sin sustituir nunca, orientar sin invadir nunca.

Cuidado es la otra palabra clave, que recuerda la etimología de la propia educación como acto que nutre y protege. Francisco invita a la escuela a convertirse en una comunidad que se haga cargo no sólo de las capacidades, sino de las fragilidades, de los afectos, de los sueños. La atención educativa se traduce en atención personalizada, escucha empática, planificación inclusiva. Es la superación definitiva de la educación transmisiva, en favor de una enseñanza generativa, que acompañe el desarrollo integral de la persona.

La fraternidad es la base de una escuela que no clasifica sino que abraza. En un tiempo dominado por la competencia, Francisco nos recuerda que todos somos hermanos. Esto tiene profundas consecuencias pedagógicas: el aula no es un ámbito de juicio sino un laboratorio cooperativo. La evaluación se convierte en una herramienta para el crecimiento, no para la exclusión. Las metodologías de enseñanza basadas en la cooperación, la tutoría entre pares y el aprendizaje haciendo encuentran su base ética en la fraternidad.

Y luego están los suburbios , que para Francisco no son sólo lugares geográficos, sino condiciones existenciales. Toda escuela que se precie debe ser capaz de mirar a sus periferias: a los alumnos desfavorecidos, a los repetidores, a los recién llegados, a los niños que no hablan, a los que molestan, a los olvidados. El Papa Francisco nos enseña que una escuela justa es aquella que sabe desplazar el centro de gravedad hacia los más alejados, porque ahí se juega la verdad de nuestra tarea educativa.

Ternura , finalmente, es la palabra que más ha escandalizado a los partidarios de una escuela fría e hiperracional. Pero Francisco tuvo el coraje de proponerlo con fuerza, definiéndolo como “la fuerza de los fuertes”. La ternura no es debilidad, es plena conciencia de la dignidad del otro. Enseñar con ternura significa mirar a los estudiantes no sólo como sujetos a educar, sino como personas a amar. Es una pedagogía del corazón, que no tiene miedo de ser humano, que sabe sonreír, consolar, esperar.

Traducir este léxico a la práctica escolar no sólo es posible, sino un deber. Un profesor que actúa según este vocabulario educativo no sólo enseña nociones, sino que muestra que la escuela es un lugar donde la cultura se hace carne, se hace relación, se hace esperanza. Y este es, quizás, el mayor legado que nos deja el Papa Francisco: la invitación a no temer el bien, a no tener miedo de la belleza, a no renunciar nunca a la humanidad. Ni siquiera en la escuela.

El “Pacto Educativo Global”: Un Manifiesto para la Educación del Siglo XXI

En 2019, el Papa Francisco lanza un desafío que es a la vez invocación, programa y profecía: el de un Pacto Educativo Global . Lo hace con palabras sentidas y visionarias, invitando a escuelas, universidades, familias, instituciones y religiones a una alianza educativa global, capaz de afrontar las heridas de nuestro tiempo: la soledad, la desigualdad, la guerra, la crisis ecológica y la de las relaciones. “Necesitamos –dice– el coraje de generar un cambio cultural, de construir juntos una civilización del amor”. Es un llamamiento pedagógico, pero también cívico, porque considera la educación la única vía verdadera para una regeneración del mundo.

El Pacto se estructura en siete compromisos educativos que, traducidos al lenguaje de la escuela, pueden convertirse en directrices para toda institución educativa, independientemente de su orientación religiosa o cultural. El primero es la centralidad de la persona , principio pedagógico por excelencia: cada alumno es único, irrepetible, digno. Significa reevaluar la educación personalizada, promover entornos de aprendizaje inclusivos y flexibles e invertir en el bienestar emocional de los estudiantes.

La segunda es escuchar la voz de los jóvenes , el verdadero corazón de la escuela. Francisco pide que los niños no sean sólo destinatarios, sino protagonistas de la educación. Esto requiere prácticas dialógicas, metodologías participativas, consejos de clase abiertos, asambleas en vivo y una enseñanza que cuestione el mundo real.

La tercera es promover la plena participación de las niñas y las mujeres en la educación , como motor de la libertad, la igualdad y la justicia social. Esto se traduce en la integración de cuestiones de género en la planificación educativa, prácticas docentes no estereotipadas y apertura a un modelo de liderazgo escolar inclusivo.

El cuarto es educar a la acogida y al encuentro , superando las barreras de la indiferencia. Una escuela acogedora es una escuela que sabe trabajar la cultura de la alteridad, la educación intercultural, el valor de la convivencia. En las aulas se puede enseñar geografía, historia, derecho y, al mismo tiempo, fomentar la empatía, la hospitalidad, la solidaridad.

El quinto compromiso es formar personas dispuestas a servir a la comunidad , promoviendo el sentido cívico y la ciudadanía activa. Educar para el bien común significa dar espacio a proyectos de voluntariado, de aprendizaje experiencial y de servicio. Se trata de sacar la escuela de sí misma para introducir la realidad en el currículo.

El sexto es promover una cultura del encuentro y del diálogo , contra la lógica del conflicto y de la sospecha. Aquí la referencia a la mediación, la no violencia y la gestión de conflictos dentro y fuera del aula es muy fuerte. La escuela puede convertirse en un lugar donde se aprenda a discutir sin odiar, a confrontar sin destruirse.

Por último, el séptimo compromiso: proteger nuestra casa común , el medio ambiente, como responsabilidad educativa. Es una invitación a aplicar Laudato si' en las prácticas escolares, a través de cursos de ecología integral, talleres ambientales, huertos educativos, proyectos verdes y, sobre todo, a través de un estilo de vida sustentable que se encarne también en la comunidad educativa.

El Pacto Educativo Global no es una utopía espiritual, sino un programa concreto, apto para cualquier escuela que quiera educar no sólo cabezas, sino corazones. Francisco llama a reconstruir la educación como espacio de alianza entre generaciones, culturas, mundos, para construir una nueva civilización. No propone recetas, sino un método: reunirse, mirarse a los ojos, cuidar el futuro.

Cada consejo de clase, cada directivo, cada profesor puede encontrar en este Pacto un mapa para orientar su misión. Porque, como nos ha recordado reiteradamente el Papa Francisco, la educación es siempre un acto de amor. Es dar vida .

Educar el corazón: la pedagogía de la ternura

En un momento en el que a menudo se invoca la escuela como lugar de disciplina, de competencia, de rendimiento, el Papa Francisco nos ofrece una palabra desconcertante, antigua y al mismo tiempo revolucionaria: ternura . Es uno de sus términos más queridos, a menudo acompañado de un gesto, de un abrazo, de una mirada que desciende del púlpito y se detiene a la altura de los niños, de los enfermos, de los excluidos. “La ternura es la fuerza de los fuertes”, dijo. Y es precisamente a partir de esta suave fuerza que puede comenzar una verdadera revolución educativa.

Educar con ternura significa construir una relación basada no en la autoridad jerárquica, sino en la confianza. El maestro ya no es sólo el que sabe, sino el que acompaña. Es un adulto que no tiene miedo de mostrarse vulnerable, que sabe estar al lado de sus alumnos en los momentos de crisis, que no se refugia tras la rigidez de la nota, sino que sabe reconocer el valor del esfuerzo, del crecimiento, de la transformación silenciosa. Él es quien sabe decir: “No te preocupes, intentémoslo de nuevo juntos”.

Esta pedagogía tiene su centro en la relación educativa , entendida como lugar de acogida incondicional. No hay aprendizaje sin una relación significativa. También nos lo recuerda la pedagogía contemporánea, desde la psicología humanista de Carl Rogers hasta la enseñanza inclusiva de la UDA: sólo quien se siente reconocido, amado, apoyado puede aprender verdaderamente. Francisco, sin recurrir a códigos académicos, nos transmite esta verdad con sencillez: «Educar es generar. Y para generar, hay que amar».

Otro elemento clave de esta visión es la valorización del error. La escuela de la ternura no castiga, sino acompaña. El error no es una falta sino un pasaje. Una oportunidad para levantarse de nuevo, para volver a intentarlo, para aprender en profundidad. Aquí es donde entran en juego metodologías de enseñanza que rechazan el nocionalismo y abrazan el proceso: aprendizaje cooperativo , experimentación , actividades de laboratorio, itinerarios de aprendizaje basados en competencias, rúbricas de evaluación como herramientas de reflexión y no de condena.

La pedagogía de la ternura también promueve la inclusión no como una obligación normativa, sino como un estilo del alma. Cada estudiante, en esta perspectiva, tiene derecho a ser visto, reconocido y acogido tal como es. Los Planes Educativos Individualizados, las Necesidades Educativas Especiales y las estrategias de diferenciación docente se convierten en instrumentos de justicia, no sólo de derecho. Para Francisco, la escuela justa no es la que da más a quien más tiene, sino la que se inclina sobre quien está en dificultad, como el buen samaritano al borde del camino.

Y luego está el tiempo. La escuela de la ternura no tiene prisa. Él sabe esperar. Rechace a toda costa la lógica de los plazos, de los programas a cumplir, de los objetivos rígidos. Es una escuela que se parece más a un paseo que a una carrera. Y en este viaje, el maestro es un compañero, no un juez.

En una época marcada por la ansiedad escénica, por las presiones evaluativas y por un lenguaje educativo a menudo belicoso (“probar”, “competir”, “clasificar”), el Papa Francisco propone una escuela que sepa escuchar , conmover y acoger . No se trata de renunciar a la autoridad ni a la competencia, sino de arraigarlas en la dimensión relacional y emocional. Porque, como dijo una vez: “Una educación sin corazón no es educación en absoluto”.

Esta visión interpela profundamente a quienes viven la escuela hoy. Nos pide que seamos testigos antes de ser maestros. Antes de ser transmisores de conocimientos, constructores de significado. Nos pide creer que cada estudiante, incluso el más difícil, incluso el más enojado, tiene una chispa dentro de él. Y nuestra tarea es protegerlo del viento, acogerlo en nuestras manos y ayudarlo a convertirse en luz.

El Papa Francisco y el tiempo de la escucha

Aprendamos a escuchar. El verdadero diálogo empieza con el silencio del corazón. Esta frase sencilla y profunda contiene una de las mayores revoluciones educativas propuestas por el Papa Francisco: la pedagogía de la escucha. En un mundo que grita, interrumpe y corre, el Papa nos recuerda que la auténtica educación nace cuando nos detenemos, callamos y escuchamos al otro. Es un gesto de humildad, de respeto, de amor. Y es también, hoy más que nunca, una urgencia pedagógica.

En sus reflexiones, Francisco ha insistido repetidamente en el valor de la escucha activa , no como un acto pasivo, sino como un acto transformador. Escuchar verdaderamente significa acoger al otro tal como es, sin querer inmediatamente corregirlo, modificarlo o encasillarlo. En la escuela, este principio se traduce en una práctica educativa que pone al alumno, sus necesidades, sus emociones, sus miedos, sus sueños en el centro. Significa reconocer que cada palabra que dice un estudiante, incluso cuando es incorrecta, contiene un fragmento de verdad.

La pedagogía de la escucha propuesta por el Pontífice invita a docentes y directivos a reconocer que toda relación educativa tiene dos protagonistas. El maestro que sabe escuchar es el que ha aprendido a no llenar cada vacío , a no temer al silencio , a dejar espacio para la historia del otro . Él es quien sabe pausar el programa para dar voz a un dolor, a una petición, a una confidencia. Es el educador que sabe que antes de la explicación viene la relación, antes de la evaluación viene la comprensión.

En términos metodológicos, esta visión se materializa en todas aquellas prácticas que estimulan la palabra en los estudiantes: círculos de conversación, enseñanza mediante preguntas, debates, entrevistas narrativas, autobiografías cognitivas, tutorías entre pares, escucha empática en las discusiones escuela-familia. Se materializa también en una evaluación dialógica, donde el voto no cierra, sino que abre una conversación. En una facultad capaz de cuestionar juntos, no sólo de deliberar. En una presidencia que sabe abrir la puerta en lugar de imponerse con circulares.

Para el Papa Francisco, escuchar es también un instrumento de justicia relacional . Aquellos que no son escuchados son excluidos. Y los que quedan excluidos terminan perdiéndose. En esto, la pedagogía de la escucha está profundamente ligada a la prevención del abandono escolar: un niño que se siente escuchado es un niño que existe, que encuentra espacio, que no se siente inútil. Y así sigue siendo. Permanezca en la escuela y en la vida.

Pero escuchar también significa descentralizarse, renunciar a la omnisciencia, cuestionarse. Es el punto más alto y más cansador de la educación. El Papa lo hizo con sus opciones pastorales, con su apertura a los jóvenes, a las culturas, a las diferencias. Demostró que escuchar es un acto espiritual antes que comunicativo. Es una forma de decir: «Tú importas. Necesito que entiendas el mundo». Y esto, en una escuela que a menudo se siente sola e ignorada, es un mensaje poderoso.

Una escuela que sabe escuchar es una escuela que genera libertad. Que no impone identidades, sino que las hace emerger. Quien no predica, sino dialoga. Quien no juzga, sino que acompaña. Es la escuela que necesitamos para construir una sociedad más justa, más humana, más profunda. Porque, como nos enseña Francisco, nadie educa solo. Nadie se salva solo. Nadie crece sin ser escuchado .

Una educación en la paz y la belleza

El Papa Francisco siempre ha hablado de la paz no como un concepto abstracto o un ideal a proclamar, sino como un camino cotidiano a construir. “La paz se hace, no se predica”, afirmó. Y en esta afirmación resuena toda la concreción de su planteamiento educativo. Para él, la escuela es uno de los lugares privilegiados donde se puede –y se debe– construir una cultura de paz, no mediante grandes proclamaciones, sino a través de gestos sencillos, relaciones respetuosas y cuidado de los demás.

Educar para la paz, en el pensamiento del Pontífice, significa ante todo enseñar a habitar el conflicto sin violencia. Significa ayudar a los niños y jóvenes a reconocer a los demás no como una amenaza sino como un recurso. Se trata de desarrollar una habilidad fundamental: vivir juntos en la diferencia . De aquí surge una invitación a que la escuela se convierta en un laboratorio de diálogo, un gimnasio de empatía, un lugar para practicar la palabra amable. Las prácticas de mediación escolar, gestión de conflictos, resolución de problemas relacionales, aprendizaje cooperativo , se convierten en herramientas concretas para dar forma a esta educación pacificadora.

Pero junto a la paz, Francisco nos pide educar en la belleza . Y la suya no es una belleza estética ni superficial, sino una belleza que salva, que cura, que devuelve la dignidad. “La belleza no es una opción”, afirma, “es un derecho, especialmente para los pobres”. Y por eso la escuela está llamada no sólo a enseñar arte, música, poesía, sino a vivir poéticamente , a crear espacios bellos, tiempos armoniosos, ambientes que hablen de respeto y cuidado. Un aula ordenada, un mural compartido, un poema leído al inicio del día, una melodía que acompaña un momento de reflexión: son signos de una pedagogía de la belleza que hace de la escuela un lugar donde uno quiere quedarse.

Laudato si' , la poderosa y revolucionaria encíclica de Francisco, ofrece a las escuelas todo un marco para construir caminos de educación cívica, ambiental y cultural. Aquí la belleza se entrelaza con la responsabilidad. “El cuidado de nuestra casa común” se convierte en un tema interdisciplinario que une ciencia, geografía, arte, religión y tecnología. Educar sobre la belleza de la creación significa también educar sobre la sobriedad, el equilibrio y el respeto a lo que nos rodea.

Educar en la paz y en la belleza significa también redescubrir el valor del silencio , de la contemplación y de la desaceleración. Es enseñar que no todo se mide en rendimiento, que no todo se evalúa con un número. Francisco nos recuerda que hay un tiempo para reflexionar, para observar, para agradecer. Y la escuela también puede ofrecer esto: un espacio para respirar, donde el alma no se asfixia.

Esta visión educativa es también un acto político, en el más alto sentido del término: construir ciudadanos artesanos de la paz y custodios de la belleza. Ciudadanos que saben indignarse ante una injusticia, pero también conmoverse ante una puesta de sol, un cuadro, una palabra dicha con amor.

El Papa Francisco se dirigió a la escuela con el lenguaje de la esperanza, indicando la paz y la belleza como las dos alas sobre las que puede volar la educación del futuro. No una escuela indiferente y gris, sino una escuela luminosa y acogedora. Porque, como escribe en Fratelli Tutti , “ la educación es la semilla de la paz y la belleza es su hermana ” .

Por una escuela más humana: síntesis y perspectivas

Si quisiéramos resumir el pensamiento educativo del Papa Francisco en una sola imagen, podríamos pensar en una mano extendida. No una mano que impone, ni que castiga, sino una mano que levanta, que acompaña, que consuela, que anima. Su visión de la escuela es la visión de un lugar vivo, humano y relacional, donde cada uno encuentre espacio para ser él mismo y mejorar junto a los demás.

El Papa Francisco no nos ha dado un tratado pedagógico, sino un testamento educativo hecho de palabras, gestos, lágrimas, viajes, encuentros, encíclicas y silencios. Una visión del mundo y de la escuela que pone en el centro a la persona en su totalidad, que invita a educar con el corazón y con la inteligencia, que nos pide construir comunidades educativas fundadas en la solidaridad, la escucha y la empatía.

Esta herencia no puede limitarse al mundo eclesial. Es patrimonio de la humanidad y como tal pertenece también a la escuela pública, laica y democrática. Es un regalo para cada docente, para cada directivo, para cada educador que quiera contribuir a formar ciudadanos conscientes y felices. Porque educar, en el sentido más alto y franciscano, significa sembrar futuro .

A la luz de los valores e intuiciones del Santo Pontífice, podemos hoy proponer un decálogo educativo que, a pesar de su sencillez, se convierte en una brújula para toda comunidad escolar:

1.     Poner a la persona en el centro , antes del programa y la actuación.

2.     Escuchar con empatía , antes de hablar, evaluar, corregir.

3.     Acepte la fragilidad como parte del proceso educativo.

4.     Construye relaciones , porque sin relaciones no hay aprendizaje.

5.     Enseña la paz , en palabras, en gestos, en la gestión de conflictos.

6.     Cultivar la belleza , en cada detalle: ambientes, lenguaje, materiales, rituales escolares.

7.     Cuidemos nuestra casa común haciendo una educación verde y responsable.

8.     Valora la lentitud , frente a la prisa que quema el alma y la mente.

9.     Favorecer la cooperación , por encima de cualquier forma de competencia estéril.

10. Muestre esperanza , todos los días, en cada aula, incluso cuando sea difícil.

No se trata de una simple propuesta metodológica: es una elección antropológica. El Papa Francisco nos pide poner en el centro la humanidad , educar con el amor, con la justicia, con la ternura. No temas a la bondad, a la amabilidad, a la paciencia. No olvides que cada estudiante es un milagro en progreso. Y que cada maestro puede ser una luz en su camino.

En una época marcada por la desintegración, la indiferencia y la cultura del descarte, el Papa Francisco nos deja una visión educativa profundamente contracorriente. Una escuela que se haga vientre y no juicio, que forme conciencias y no sólo competencias, que restituya sentido y no sólo conocimientos.

Cualquiera que entre al aula, con una caja de caudales bajo el brazo y un corazón abierto al encuentro, puede hoy decidir abrazar este estilo. Porque, como él decía, « educar es siempre un acto de amor. Es dar vida. Es iluminar un futuro que nos supera».

Es sembrar lo que otros cosecharán.

 

Horizonte escolar

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